Salí a pasear por la calle
Franciszkanska y nos pusimos a mirar a mirar los escaparates de las
librerías especializadas en libros sagrados. Casi todas se
encontraban desiertas. La Torá había dejado de estar de moda.
¿Quién necesitaba tantos comentarios, interpretaciones, exégesis,
libros de sermones y de moral? ¿Quién necesitaba explicaciones
sobre las interrogantes que le plantearon a Rashi los tosafistas?
Además, ya los habían contestado otros autores. Mi padre era
plenamente consciente de que sus hijos, Israel Yehoshúa y yo, habían
acabado involucrándose en la literatura laica. Mi hermano había
publicado varios libros y mi nombre también había aparecido en
ocasiones en alguna revista literaria o incluso en el periódico. No
obstante, mi padre no hablaba del tema, y creo que ni siquiera se
permitía pensar en ello. Según él, todos los libros del
pensamiento ilustrado, tanto los escritos en hebrero como en yiddish,
constituían un veneno para el alma. Los autores eran una banda de
payasos libertinos y sinvergüenzas. ¡Qué oprobio y qué vejación
sentía por haber engendrado semejante descendencia! Mi padre culpaba
de ello a mi madre, la hija de un misnaguid, un oponente del
jasidismo. Ella era quien había plantado en nosotros la semilla de
la duda y la apostasía. Solo un consuelo le quedaba a mi padre: que
no habíamos crecido ignorantes. Habíamos estudiado la Torá, y
cualquiera que haya probado alguna vez el sabor de la Torá, jamás
olvidará que Dios existe.
---------------------------------------------------
SINGER, I. B. (2003) Amor y exilio. Madrid,
España: Suma de Letras. P.
250.
Traducción de Rhoda Henelde Abecassis y Jacob Abecassis
Traducción de Rhoda Henelde Abecassis y Jacob Abecassis
No hay comentarios:
Publicar un comentario