miércoles, 19 de agosto de 2009

Lenguajes IV

Verano
GEORG TRAKL

Al atardecer calla el lamento
del pájaro en el bosque.
Se inclina la mies,
la roja amapola.

Una negra tormenta amenaza
sobre la colina.
El antiguo canto del grillo
perece en el campo.

Ya no se mueve el follaje
del castańo.
En la escalera de caracol
susurra tu vestido.

En silencio alumbra el candil
en la habitación oscura;
una mano plateada
la apaga.

Quietud del viento, noche sin estrellas.

Versión de Helmut Pfeiffer
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Texto tomado de aquí.

Wiśnia i rozumienie - Jolanta Brach-Czaina



La guinda y el entendimiento


Aquello de lo que quiero hablar se refiere a la existencia bajo la forma del concreto existencial, como lo es tanto una piedra encontrada, como cada uno de nosotros. Se puede decir también, que se refiere al ser- entonces a aquello, que es y que tiene el poder de la presencia pleno, expresado en el termino ES. Pues acaso se puede ser de modo mas fuerte que aquello, que es? Y acaso nuestros pensamientos no deberían volverse hacia aquello, que es, hacia el ser que nos rodea, y que también somos nosotros mismos?

Sin embargo no quiero pensar sobre el ser en general; dejo reflexiones así a filósofos en los que no hay amor al concreto existencial que nos rodea y con el que, según creo, tenemos derecho a identificarnos. Tampoco quiero hablar sobre el ser en totalidad, porque no lo encontramos en esa forma, sino encarnado en el concreto existencial: hechos, fenómenos, acontecimientos.

La fruta de guinda. Brillosa. Madura. Repleta de jugo. La cascara tensa y reluciente. Rojo intenso. Marrón espeso. Inquietantes espejos de negrura. Si se nos ocurriera comparar a la guinda con la sandia, habría que decir que es pequeña- y de ese modo degradarla. Pero la guinda no lo permite. No hay motivos para hacer comparaciones con alguna pesada sandia mate, cuando miramos la llena de brillo, roja, fruta de guinda.

Todavía el pedúnculo apegado -lo que queda de la anterior forma de ser- que pierde el verdor y se vuelve marrón, en realidad no tiene ya importancia y no llama la atención, aunque sabemos que la fruta le debía mucho alguna vez. Pero puesto junto a ella, el pedúnculo es misero y poco interesante, como el pasado que se seca. Puede ser desechado.

Creo que cuando los filósofos hablan con desesperación sobre el silencio del ser, esto resulta de la falta de comprensión del lenguaje del ser, que no se dirige a nosotros como totalidad, sino a través de los concretos existenciales, menudencias significantes. Lo cierto es que ellas son capaces de sugerir la voz de la totalidad. Pero que siempre suena en las menudencias de la existencia.

El silencio del ser- o mas bien la falsa sensación de silencio- aparece también del ensordecedor ruido del pensamiento y habla humanos, de la bulla que despertamos en el planeta. El sentido de nuestras palabras es incomparablemente mas agudo, atacante, explicito que los signos que apenas se muestran en el superficie de la guinda.

En comparación con otras frutas, la guinda tiene la particular capacidad de atraer la vista. Provoca. Dondequiera se encuentre, llama la atención: entre una crema blanca, en el pasto, sobre el mantel al que de pronto amenaza con manchar, en la acera y en la suciedad de las alcantarillas de la calle, en la rama del árbol, donde claramente se distingue del fondo de hojas. A pesar de su reducido tamaño puede dominar el espacio que la rodea. Se puede menospreciar a una ciruela, pero es difícil permitirse dejar pasar de largo a la guinda.

El pensamiento de Heidegger, cuya „Introducción a la metafísica” se basa en la pregunta leibniziana: „Por que existe mas bien algo que nada?” conduce las reflexiones sobre el ser y la existencia hacia el concreto existencial. Pero la pregunta „por que” exige en la respuesta la determinación de la causa. Leibniz la encontraba en Dios. Mientras tanto a Heidegger en el fondo no le interesaba establecer aquella causa. Quería atrapar la existencia en su esencia y se encontraba con el hacerse, con el síntoma o aparecer así como con el pensar y con el deber vinculados a nuestro particular modo de existir. Mas lo importante es que preguntaba por „algo” que existe. Y vale la pena seguir esa pista, incluso si tuviera que interesarnos no porque „algo” existe sino de que modo „algo” que existe interrumpe el silencio del ser y apela a nuestro entendimiento. Y tal vez también nos ayuda a entendernos a nosotros mismos.

Si la existencia es un valor, entonces la guinda existiendo realiza ese valor, de modo semejante a como también nosotros lo encarnamos con la propia existencia. Se nos puede indicar entonces cierto campo común de valor. Y lo importante no es si la guinda lo sabe o no. Se trata de hechos. Si la existencia es una valor, entonces independientemente de aquello que pensemos al respecto, existiendo junto a la guinda encarnamos ese valor.

La roja y redonda fruta demuestra una alegre perfección, que se le podría envidiar. Obliga a que se le admire. Impone las condiciones de confrontación y conduce a pensar en nosotros en común. En presencia de una guinda madura -porque la dominación a la que cedemos obliga a hablar de presencia- no nos sorprende que Carl Gustav Jung relacionara el logro de estados de síquica plenitud con la necesidad de rodearse de objetos con forma redonda. Incluso cuando nos acostumbramos a referirnos escépticamente a su teoría, la guinda, por fuerza de su brillo y su redonda perfección, obliga a pensar en la plenitud y en que tal vez valga la pena acercarse a ella, del mismo modo que vale la pena estirar la mano hacia la fruta de guinda que yace ante nosotros. En todo caso el contacto con la guinda es capaz de despertar en nosotros la valentía y el optimismo. Y otra vez hay que reconocer que si la perfección es un valor, podemos pretenderlo en iguales condiciones que la guinda, situación que es tanto mas atrayente, por cuanto tenemos libertad para decidir el área en la que la pretendida perfección resulte ser para nosotros merecedora del esfuerzo. Deberíamos estar agradecidos a la fruta de guinda por esta acción tan movilizadora.

La representación de la existencia, que es „algo” como menudencia del ser, no puede ser confundida con un fragmento de la realidad. Los fragmentos son elementos voluntariamente recortados de la totalidad y no constituyen estructuras naturales, como lo son las partículas de la existencia encarnadas en el concreto existencial. Los fragmentos son la realidad recortada. Separados de la totalidad por un cataclismo- como una pata separada de la mesa o una pierna de un hombre- o separadas artificialmente, para, como suponemos, facilitar su entendimiento, arrancadas de su ambiente natural, recortadas al tamaño de un preparado y colocadas bajo un microscopio electrónico- callan. El recortar fragmentos de la realidad es causado por una desesperada lucha de la mente por orientarse en el mundo, emprendida sin embargo de un modo tal como para no escuchar al mundo, sino a la realidad que nos rodea trozarla, aplastarla, y apresuradamente aprovechar. Se puede actuar así y así también sucede, pero eso no facilita los acuerdos y nos arranca del sitio al que pertenecemos. Cada fragmento del mundo que logramos indicar o marcar, da cuenta de nuestra propia voluntad y nos desorienta cada vez mas.

Pero cuando percibimos „algo” y ademas podemos darnos cuenta de que es algo y no cualquier cosa, las cosas se presentan de otro modo. Separando pues el mundo en fragmentos no le permitimos hablar con su propia voz. Mientras que cuando concedemos que algo capte nuestra atención, tomamos una posición mas humilde, pero que permite la orientación en aquello que nos rodea y que no depende de nuestra voluntad. Son fragmentos de la realidad partes suyas recortadas de la totalidad arbitrariamente, por fuerza de nuestra decisión, motivada las mas veces por el descuido o la comodidad miope. Mientras que las partículas del ser exigen atención por si mismas. La existencia se espesa en el ellas en concreto existencial, que no debe ser menospreciado. Al fin y al cabo, nosotros mismos somos partículas del ser, y no fragmentos. Somos concreto existencial. La fragmentación de la realidad debe ser, pues, rechazada, como actuación indigna de pares que somos en el mundo, y como insensatez. Pues no aspiramos aquí a elevarnos por encima del mundo, sino a una escucha que no nos quite la oportunidad de entendernos a nosotros mismos. Sin embargo, para escuchar algo, hay que callar uno mismo.

La guinda partida por el cuchillo. Del modo que lo hagamos, no queda bien. Cortamos por el medio- el cuchillo golpea el hueso, así que lo pasamos alrededor, partimos la fruta, el jugo chorrea por nuestros dedos, salpica a todos lados. El efecto final de la operación es realmente lamentable. Media guinda con el hueso, media con un hueco. Esto no sirve de nada. Ni siquiera podemos ver que es en verdad el interior de la guinda, cuando la observamos con tales heridas. Cortamos entonces por el borde. La fruta violada de este modo puede servir a lo mas como preparado si quisiéramos ver el corte perpendicular de la pulpa. La guinda cortada es carente de sentido. Esas células llenas de liquido. Aumentadas innaturalmente bajo el microscopio. No vale la pena llamar a eso guinda.

El conflicto esbozado entre la tendencia a escuchar el concreto existencial y la postura conducente a cortar la realidad en fragmentos arbitrarios y dictar al mundo condiciones, en las que se le permite ser útil, puede ser evitado parcialmente introduciendo la noción de objeto, pues en el fondo de las cosas se trata aquí de encontrarse entre objetos existenciales.

El objeto es aquello que existe y que es percibido. El ser y la acción de ser observado marcan el status del objeto. No cada cosa es objeto, sino solo aquella que tiene la capacidad de actuar y concentrar en si la atención.

No inventamos objetos, sino los encontramos. Vienen a nosotros desde afuera y exigen escucha. El fragmento es constituido por nosotros e impuesto al mundo; el objeto nos impone algo. Aunque sea una partícula del ser a la que apenas nuestra atención constituye finalmente en objeto, sin embargo la atención constituye la respuesta que otorgamos a la llamada dirigida a nosotros.

En el dialogo con el objeto lo importante es que lo percibimos. Si se puede hablar de objetividad, ella estaría de su parte y de nuestra existencia mas que de la percepción. Los objetos existenciales no se oponen a la visión individual, porque en el intercambio o acuerdo que aquí se da es sumamente importante el testimonio individual, la verdad individual, aunque ella no es extraída de cualquier modo, sino entresacada de concretos existenciales y por ellos mantenida en sus limites.

Ese mismo „algo” puede ser objeto existencial para uno, y no serlo para otro. Puedo pasar junto a una piedra sin percibirla. Sin embargo si la percibo y la pateo, su status existencial cambia violentamente. La piedra percibida y pateada ya no es un anónimo „algo” derretido en la falta de fin del ser. Son objetos los seres que han perdido el anonimato. Irradian, provocan, esperan, para hacerse vivos realmente en el campo de nuestra atención, a la que se ofrecen desinteresadamente. Por supuesto el status de objeto se puede obtener así como perder. Puede también graduarse dependiendo de la fuerza de influencia. Da vergüenza decir cuantas acciones tomamos, no pocas veces, nosotros mismos, con tal de volvernos objeto de atención.

Los objetos no existen de modo totalmente objetivo, pues no para cada mente tienen el mismo valor. Gracias a que no son iguales para todos es posible la conversación, el intercambio, la comunicación entre los seres. De un puñado de sentidos, escogemos algunos. Y aunque sea en eso consiste nuestra participación en la conversación. No se debe buscar en esta posición una antropomorfizacion de todo el ser. Si en el caso del arte también nos comunicamos con el objeto pero no con su autor. Y a pesar de experimentar a veces la bendición del contacto y la iluminación que se da entonces, no otorgamos a los objetos del arte características humanas. Estoy aquí muy lejos de pensar que la antropomorfizacion del ser pueda ser su nobilitación. Sospecho incluso, que mirando la realidad se podría adquirir el convencimiento de lo contrario.

El intercambio con el objeto es posible gracias a que somos nosotros quienes recogemos los sentidos que irradia, así como los buscamos y modelamos. Lo cual no significa que se omita la verdad existencial. Porque esta es una afirmación de aquello que es, de modo que también para cada uno de nosotros es, de este modo precisamente. El encuentro con el objeto permite la objetivación, es decir el atrapamiento y la expresión de cierto estado de la cosa.

Concreto capaz de convertirse en objeto existencial puede ser todo lo que existe. Cada cosa: arena, rata, plato, capullo, salchicha, niño naciendo. Y cada actividad: comer, caminar, dar a luz, morir. Si tienen el poder de actuar, si se da nuestro choque o encuentro con ellos, para que seamos capaces de recoger el sentido unido al concreto existencial. Que nadie diga que el sentido existencial no puede sernos revelado por empanadillas confrontadas con el hambre. Si nos muestran la posibilidad de la existencia o de la no existencia, y con ello atraen valores existenciales: la existencia y la nada como valores. No considero que sea necesario convencer a alguien del aura de sentidos que brillan alrededor de la salchicha, si ya lo demostró concienzudamente Rafal Wojaczek. También Miron Bialoszewski coloco no pocas cosas en su sitio adecuado en el orden de la existencia. Y que los filósofos no se animen, no es culpa de los poetas. Y aunque todo puede volverse objeto existencial, no sucede frecuentemente. Seguramente porque el sentido contenido en el ser es débilmente legible y raramente se nos impone con plena evidencia, pero también es porque nosotros no estamos suficientemente atentos. Si fuera de otro modo, quien podría dudar del sentido de la existencia, si este se impusiera por si mismo?

Cuando decimos sobre los objetos que son existenciales, cuando los determinamos así, es
refiriéndose a la existencia, a la que remiten por el directo hecho de ser y porque son capaces de alumbrar nuestra existencia.

Para comunicarse con la fruta de guinda, no tenemos que mirarla. Basta tocar. Bajo los dedos percibimos entonces una cascara tan increíblemente suave, que nuestra piel con dificultad y solo en algunas partes del cuerpo resiste a la comparación. Cuando tocamos con la guinda la mejilla o el vientre, aun podemos contar con cierta camaradería, porque el contacto no resulta para nosotros tan poco a favor. Pero ya la mano puesta junto a la fruta de guinda es aterradoramente gruesa, sin mencionar el pie. Y al talón mejor ni acercar la guinda, porque el talón no llega hasta ella.

Por supuesto lo mas importante es tocar la guinda con los labios y con la lengua. Recién entonces se revela toda su delicadeza y la tersura de la plenitud de la esfera viva que la guinda constituye. La guinda ligeramente resbala dentro de los labios burlándose de los dientes que la atrapen, pues antes que sea aplastada hay tiempo para que su forma perfecta sea apreciada.

Particularmente importante parece ser la hendidura dejada por el pedúnculo rechazado. Claramente percibimos con la lengua un ligero desorden de la simetría esférica, que de otro modo podría ser tediosa, sobre todo cuando movemos velozmente con la lengua a la guinda encerrada en la boca. La fruta de guinda nos dirige hacia la parte sensual de la vida y la atrae como un valor.

El encuentro con las partículas del ser, aunque consiste en prestarles atención, concierne a nuestra existencia. Como si se volteara la dirección de la mirada, e incluso se nos devolviera el esfuerzo. Parece ser la gratitud de las cosas. Cuando intentamos entender el mensaje que viene hacia nosotros del concreto existencial, en definitiva llegamos al conocimiento de nosotros mismos. Tal vez porque nosotros mismos somos concreto existencial y porque se da aquí el encuentro de existentes, en el que se devela el sentido que nos es común.

El entendimiento dentro del ser consiste en la comunicación, en descubrir aquello que es dirigido a nosotros como existentes y enviado por „algo” que solo también existe. Debemos reconocer „algo” como parte del todo y reconocernos a nosotros como siendo en esa misma totalidad y pertenecientes a ella fundamentalmente. Es necesario pues reconocer el hecho como existente y que a través de su existencia muestra nuestra existencia. Se trata de, viendo una piedra, un zapato o una cucaracha, entender que nos une y que nos separa. Como existimos? Hacia que? Que valores encarnamos? Se trata de entenderse mejor gracias a la fruta de guinda.

El habla interior del ser permite el descubrimiento de valores. Acaso su fundamento sea el valor en si de la existencia misma, y sobre el se construyan los siguientes valores. En todo caso ciertos hechos elementales parecen indicar a ese valor.

Digamos que alguien esta siendo golpeado, no tanto con una piedra como con su presencia, que esta en presencia de una piedra sospechosa de ser fogata de sentido que emana. Que dice la piedra encontrada, percibida? Puede ser motivo de orgullo a causa de nuestro refinamiento en comparación con cierta clase de simplicidad de la piedra, como ser tan poco complicado en comparación con nosotros. Pero puede también atemorizarnos cuando pensamos en nuestra fragilidad en comparación con la descarada persistencia pétrea. Por fin puede suceder que por algún motivo percibamos la propia vida como petrificada. Mientras que a un escultor la piedra le mostrara toda su capacidad de perder la persistencia pétrea y le sugerirá caminos de la propia transformación. Entre tan diversos sentidos ninguno es impuesto a la piedra. Como ningún sentido le es impuesto a la guinda capaz de provocar en nosotros la atención.

Cuando captamos el habla del concreto existencial, entonces el ser se comunica dentro de la comunidad existencial, y ella misma se descubre como valor. Descubrimos la dialectica de la diferencia y la pertenencia, valores opuestos, de los que cada uno es precioso y capaz de dirgir nuestra existencia. Cada uno vale ser encarnado con la misma existencia de uno.

Tenemos entonces „algo”, partículas del ser, estados de las cosas, acontecimientos, hechos existenciales y encuentros con ellos, la cesión a su influencia, el esfuerzo por entender el sentido que son capaces de sugerirnos- y todo esto exige hacerse consciente de que el concreto existencial tiene una dimensión metafísica.

El ser un hecho y el sentido, si queremos abrirnos a ellos, nos conducen infinitamente lejos, no solo en el sentido de que nos muestren una lejana perspectiva, sino también en que nos llevan a ella- si queremos entregárnosles, de modo que nos dirijan.

Cuando damos una mordisco a la guinda, choca el contraste entre la delicadeza de la pulpa y la dureza del hueso. La mezcla entre la suavidad y la dureza nos es conocida de nuestro propio comportamiento y no tenemos que buscarlos en la guinda, pero por supuesto nos causa placer el descubrimiento de un espejo en el que podamos mirarnos.

La comunicación con el objeto y con uno mismo a través del objeto existencial encontrado exige el cumplimiento de ciertas condiciones. Ante todo debemos encontrarnos en la órbita de influencia del hecho que nos golpea. Hay acontecimientos de indudable fuerza, sobre la que no podemos no pensar, estamos dispuestos a subordinarle áreas mas amplias de nuestra vida.

Ya el primer chorro de jugo que chorrea de la guinda apretada por los dientes muestra todo el sabor. Es tan compuesto, que es difícil con una sola palabra nombrar como es. Quizás ante todo inquietante. Cuando vamos tras esa estela, que en un primer momento parece ser dulzura, nos detiene el amargor. Entonces nos damos cuenta de que es amargo, pero también sabemos que si ello fuera verdad, no nos parecería tan atrayente. Nos sentimos hasta tal punto desorientados que si alguien afirmara que la guinda es amarga, sabiendo que no dice la verdad, no tendríamos valentía para negarlo. El sabor de la guinda es agudo, conmovedor, y lo sentimos no solo en los labios, porque nos toma por completo. Parece que la guinda tiene sabor a guinda, y al mismo tiempo algún otro que conocemos bien. La fascinación que experimentamos puede provenir de que parece tener alguna relación con la existencia y puede que incluso sea ese justamente su sabor.

Si nos mantenemos sordos ante este genero de habla que suena dentro del ser podemos pasar indiferentes ante los mas gritones, drásticos acontecimientos, sin enterarnos de nada y sin recibir ninguna indicación. Pues la segunda e imprescindible condición para entender los comunicados del ser es nuestro estar listos para escucharlos. Atención. Tensa alerta. Sin embargo somos nosotros quienes leemos, aunque solo aquello que nos esta dado para ser leído.

Todo ello exige rigor, sobriedad y una unión entre el deseo de entregarse a la radiación de los significados con el criticismo. Puede suceder pues fácilmente que entre el habla poco clara del ser escuchemos tan solo la propia voz. Se trata entonces de moderarse a uno mismo. Si queremos enterarnos de algo, no podemos hacer creer nada. Cuan chapucero es un escultor que no ve lo que le sugiere la piedra y violentando la materia impone en ella su propio punto de vista, así también nosotros somos chapuceros cuando callamos el habla del ser con nuestro propio habla y lanzamos sobre el objeto existencial a nosotros mismos.

Tenemos una tarea nada fácil, pues en el fenómeno que se da nuestro rol es inmenso. Ante nosotros un sentido dado, que espera y puede ser recibido o no. Así que por nosotros recibido, que nos espera. Del lado del ser una desinteresada y caótica emanación, y ante ella nosotros motivados con preguntas que nos persiguen, eligiendo, interpretando. En esas circunstancias es muy fácil que se de un malentendido o que se imponga una mentira.

La masa para empanadillas con guindas no puede ser muy dura, porque debe estar a la altura de la delicadeza de la guinda y de su particular unión de características contrarias. No se trata de que sea una masa liquida, como para panqueques, pero debe reunir en si y expresar una adecuada oposición entre la dureza y la liquidez. Acaso de otro modo podría pretender envolver a las frutas que tan hábilmente unen la pulpa esponjosa, el jugo brotante y la implacable dureza del hueso. Por cierto para hacer empanadillas el hueso debe ser arrancado, pero su recuerdo persiste.

La masa es mejor cuando en vez de pegarla con agua fría, la mezclamos con agua hirviendo y la aplastamos con un huevo entero. Solo entonces se logra la elasticidad adecuada que se puede percibir con la mano. La masa lista deber ser estirada del modo mas fino, aunque sin exagerar, para que no se rompa durante la cocción. Colocamos las guindas sin hueso en montones al borde de la masa, cuyo borde que cae mas allá de la mesa levantamos levemente y cubrimos con el las frutas. Cortamos las empanadillas con una forma especial o con una copa. Es el modo más rápido de hacerlas. Quien no tiene experiencia puede cortar con un vaso trozos redondos de la masa, poner sobre ellos las guindas y unir los bordes con las manos. Hay que apretarlos muy fuerte, de modo que las guindas no salgan durante la cocción. Después de pegarlas, es bueno poner las empanadillas sobre un colador, una junto a otra, y cubrirlas con una leve capa de harina. Las cocinamos igual que las bolas de pasta. Lanzamos las empanadillas sobre agua hirviendo, que ya tiene algo de sal, y después de algunos minutos, cuando salgan flotando hacia la superficie, las sacamos con un cucharon y las colocamos en una fuente. Lo mejor es servirlas con crema de leche dulce y azúcar en polvo.

Cuando de la empanadilla aplastada por el tenedor brota el jugo y el hilo rojo entre la blancura de la crema de leche se convierte en un suave rosado de paloma, podemos sospechar que se ha dado una transformación del sabor. Y sin embargo, a pesar del anuncio dado por el movimiento de los colores, junto al primer bocado sentimos asombro. Donde quedo la acritud de la guinda? Porque lo que experimentamos es una pura y amigable suavidad encarnada en un bocado de empanadilla. Entonces aunque el agudo sabor de la guinda parecía antes corresponder perfectamente al sabor de la existencia, vale la pena recordar que hay circunstancias en las que la misma guinda revela otro sabores.

En los hechos existenciales esta contenido un infinito potencial de sentido para recoger y tomar. Porque en el orden existencial el sentido es no solo en aquello que puede ser leído, sino también lo que puede ser tomado personalmente.

Aquello que es dado con el ser y reconocido por nosotros en las menudencias de la existencia como valor, puede servir no solo a iluminar nuestra existencia, sino también a dirigirla, pues puede llevar a descubrir los fines que nos son propios. Entonces la radiación de sentido, que recibimos o encontramos, puede hacer que irradiemos.

No hay hueso con la que se pueda escupir del mismo modo que con el hueso de la guinda. Redondo, pequeño y duro asemeja una piedra disparada con una honda. En el corto arco entre la boca y la tierra permite cerrar toda la agresión que nos llena, que se hace posible separar de sus verdaderas causas y traspasarla al hueso. El intento simbólico de matar algo. Porque al escupir el hueso, queremos liquidarlo una vez por todas. El gesto de escupir anuncia la muerte de la guinda. Pero la guinda crece del hueso y la anulación puede fructificar en renacimiento. Nosotros mismos también fluctuamos entre esos dos estados, amenazados por la desesperación y tentados con la esperanza en todo momento.

La voz del concreto existencial de modo no obligado, desinteresado, como sin querer, nos indica el sentido del ser. Cuando nos rodean las dudas, si se despiertan sospechas acerca de si estamos en el mundo como no en el sitio adecuado, y empezamos a plantearnos esa pregunta inútil por el sentido de la propia presencia, entonces los elementales hechos existenciales son capaces de otorgarnos al menos una respuesta parcial.

Si la movilización de nuestra atención hacia el concreto existencial fructifica en comprensión y acuerdo, si al menos en parte oímos una respuesta a la pregunta sobre quien somos, y si lo conseguimos de modo tan no egocéntrico, como lo es la vuelta hacia aquello que esta al lado nuestro- nuestro esfuerzo no debería ser inútil.

Por supuesto el concreto metafísico puede ocultar y puede demostrar un sentido que nadie lee y nadie toma. Pero eso no significa que ese sentido no este allí. El espera al descubrimiento y a ser tomado. Capaz de explicar que es la existencia, también la nuestra.


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Jolanta Brach-Czaina, "Szczeliny istnienia", Państwowy Instytut Wydawniczy, Warszawa 1992

domingo, 2 de agosto de 2009

Aquellas pequeñas cosas - Joan Manuel Serrat



Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.

Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.

Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas

que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.


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Letra tomada de aquí.