sábado, 23 de octubre de 2010

historias del cuerpo

[de La montaña mágica de Thomas Mann]

Y exaltado por este contacto, ya sobre las dos rodillas, la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados, él continuó hablando:—Oh, el amor, ¿sabes…? El cuerpo, el amor, la muerte, esas tres cosas no hacen más que una. Pues el cuerpo es la enfermedad y la voluptuosidad, y es el que hace la muerte; sí, son carnales ambos, el amor y la muerte, ¡y ése es su terror y su enorme sortilegio! Pero la muerte, ¿ comprendes?, es, por una parte, una cosa de mala fama, impúdica, que hace enrojecer de vergüenza; y por otra parte es una potencia muy solemne y majestuosa (mucho más alta que la vida risueña que gana dinero y se llena la panza; mucho más venerable que el progreso que fanfarronea por los tiempos) porque es la historia y la nobleza, la piedad y lo eterno, lo sagrado, que hace que nos quitemos el sombrero y marchemos sobre la punta de los pies… De la misma manera, el cuerpo también, y el amor del cuerpo, son un asunto indecente y desagradable, y el cuerpo enrojece y palidece en la superficie por espasmo y vergüenza de sí mismo. ¡Pero también es una gran gloria adorable, imagen milagrosa de la vida orgánica, santa maravilla de la forma y la belleza, y el amor por él, por el cuerpo humano, es también un interés extremadamente humanitario y una potencia más educadora que toda la pedagogía del mundo…! ¡Oh, encantadora belleza orgánica que no se compone ni de pintura al óleo, ni de piedra, sino de materia viva y corruptible, llena del secreto febril de la vida y de la podredumbre! ¡Mira la simetría maravillosa del edificio humano, los hombros y las caderas y los senos floridos a ambos lados del pecho, y las costillas alineadas por parejas y el ombligo en el centro, en la blandura del vientre, y el sexo oscuro entre los muslos! Mira los omóplatos cómo se mueven bajo la piel sedosa de la espalda, y la columna vertebral que desciende hacia la doble lujuria fresca de las nalgas, y las grandes ramas de los vasos y de los nervios que pasan del tronco a las extremidades por las axilas, y cómo la estructura de los brazos corresponde a la de las piernas. ¡Oh, las dulces regiones de la juntura interior del codo y del tobillo, con su abundancia de delicadezas orgánicas bajo sus almohadillas de carne! ¡Qué fiesta más inmensa al acariciar esos lugares deliciosos del cuerpo humano! ¡Fiesta para morir luego sin un solo lamento! ¡Sí, Dios mío, déjame sentir el olor de la piel de tu rótula, bajo la cual la ingeniosa cápsula articular segrega su aceite resbaladizo! ¡Déjame tocar devotamente con mi boca la «Arteria femoralis» que late en el fondo del muslo y que se divide, más abajo, en las dos arterias de la tibia! ¡Déjame sentir la exhalación de tus poros y palpar tu vello, imagen humana de agua y de albúmina, destinada a la anatomía de la tumba, y déjame morir con mis labios pegados a los tuyos!


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Texto tomado de aquí - no se menciona al traductor...
Leído por vez primera en la versión polaca de Józef Kramsztyk: T. Mann, Czarodziejska góra, Warszawa, Czytelnik 1982

miércoles, 13 de octubre de 2010

Dios le habla a JB

Podría escribir o llamar a mis padres, pero siento que no lo merecen, que no me entienden ni me entenderán, pues atribuyen todos mis supuestos males a mi rebeldía ante la Iglesia católica y el Opus Dei, instituciones en las que creen a ciegas y de las que yo desconfío igualmente a ciegas. A pesar de que no doy señales de vida, mi padre, debido a que con seguridad se aburre en su despacho, me manda por correo, todas las semanas y sin que yo se lo pida, las revistas de política y actualidad que más se leen en aquella confundida ciudad de la que nunca se atrevió a partir, y yo no sé por qué insiste en mandarme esas revistas, pero lo cierto es que, aunque me avergüence, las leo con fruición, regocijándome con las intrigas políticas, los chismes del espectáculo y las fotos de los amigos que se casan y me recuerdan que ese no es el futuro que yo quiero para mí. Mamá, un tanto enloquecida por su fe desmesurada en el Opus Dei, la secta de fanáticos que la ha tomado de rehén, me despacha por correo, desde el supermercado que visita todas las mañanas después de oír misa, panfletos y folletería religiosa, boletines de los clubes del Opus Dei y hojas parroquiales de la iglesia María Reina, en las que subraya, con un remarcador amarillo, ciertas lineas de las parrafadas obtusas que ha dicho el cura el domingo y de los evangelios que han leído ante los feligreses aterrados del infierno, pobres almas que no saben que el infierno esta allí, en Lima la horrible, y no en la eternidad abrasadora con que amenazan los curas para mantener en pie el negocio del miedo con el que han lucrado impunemente a lo largo de siglos. Mama no se da por vencida, insistirá hasta el final en convertirme a su credo e inscribirme en su secta de exaltados. Yo me río cuando abro aquellos sobres amarillos y encuentro sus notas entre signos de exclamación, al pie de las palabras del cura que ella ha subrayado, diciéndome, por ejemplo: ¡EL SEÑOR TE AMA!, o de pronto, sin previo aviso: BUSCA LA LUZ, ENCUENTRA EL CAMINO, o recordándome con infinita dulzura lo que tantas veces me dijo cuando era niño: DIOS TIENE GRANDES PLANES PARA TI, ESCUCHA SU VOZ EN TU CORAZÓN Y DEJA QUE EL TE GUÍE.

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Jaime Bayly, El huaracán lleva tu nombre, Planeta 2004, p. 35-36