jueves, 28 de febrero de 2013

Treehouse

Mi casa del árbol
KENNY KNIGHT

Quería irme a casa.
Lloraba sin yo mismo conocer el porqué.
Estaba perdido y la gran ciudad era famosa,
demasiado famosa como para saber de mí.

Estaba muy asustado entre tantas piernas.
Caminar sobre la acera era como
atravesar un bosque espeso,
el bosque era inmenso y yo pequeño,
y demasiado lento como para esquivar
los troncos con ramas-falda y ramas-pantalón.

Los árboles no tenían raíces, solo zapatos,
la mayoría sin barro alguno.
Había incluso estorninos y otras aves
golpeando sus picos contra el suelo.
Yo me habría detenido a escuchar sus canciones.

Es fácil olvidar que, reunida,
la gente se convierte en bosque.
Es fácil olvidar una vez que creces
y te conviertes en árbol tu mismo, 
olvidar que no eres más que una parte
del paisaje cambiante, entre bosque 
extenso y su elemento.

A veces imagino aquellos árboles:
los rayados y los de otras variedades,
bailando juntos al ritmo de música oída en la radio,
bailando como árboles de verdad bailan al ritmo calmo
del golpe del trueno y la canción del tornado.

Estaba feliz con el tiempo incluso cuando llovía.

Quería explorar el mundo pero estaba restringido
a sus márgenes. Era demasiado joven 
como para ser digno de confianza
como lo es un atlas. Siempre pierdo los guantes.

Quería enamorarme y magullarme los tobillos.
Los ranúnculos y los dientes de león me odiaban.

Pasé la mitad de mi infancia riendo con la televisión
y la otra mitad con la boca 
abierta 
atisbando por la ventana
desde claustrofóbicas aulas de ladrillo frío.

Me aterraba lo desconocido.
Poco a poco fui creciendo.

Tomé gusto por los cigarrillos y abandoné los juguetes.

Ya no uso pantalón corto,
aunque mis piernas son bonitas.

Nací en el quincuagésimo primer otoño del siglo.
Ahora vivo en mi propia casa del árbol.

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Kenny Knight, The Honicknowle Book of the Dead, Shearsman Books: Exeter 2009, p. 57-58