miércoles, 29 de mayo de 2013

lugares I

[una conversación en una novela]

-En estos días siento como si al venir a este país uno hiciera un pacto con el diablo. Entregas tu pasaporte al entrar, te lo sellan, quieres ganar un poquito de dinero, hacer un buen comienzo … ¡pero quieres volver! ¿Quién querría quedarse? En este lugar frío, húmedo, miserable, con comida horrenda, con periódicos que ponen los pelos de punta- ¿quién querría quedarse? En un lugar donde nunca eres bienvenido, tan solo tolerado. Apenas tolerado. Como si fueras un animal que por fin aprendió a hacer sus cosas fuera de casa. ¿Quién querría quedarse? Pero has hecho un pacto con el diablo… Te arrastra y arrastra y de pronto ya no puedes regresar, tus hijos están irreconocibles, no perteneces a ninguna parte.

-No, eso no es cierto.

-Y entonces empiezas a deshacerte de la idea misma de pertenecer a alguna parte. De pronto esta cosa, este pertenecer, empieza a parecer una mentira extensa y viscosa…Y empiezo a pensar que los lugares de nacimiento son accidentales, que todo es un accidente. Pero si lo crees así, ¿a dónde vas? ¿Qué haces? ¿Cómo puede entonces importar algo?

Mientras Samad describía horrorizado esta distopía, Irie se avergonzaba al descubrir que ese territorio de accidentes a ella le sonaba a paraíso. Sonaba a libertad.

-¿Dí, me entiendes?  Yo sé que me entiendes.

Y con ello realmente decía: ¿Hablamos el mismo lenguaje? ¿Somos del mismo lugar? ¿Somos iguales?

Irie le apretó la mano y asintió vigorosamente [...]. ¿Qué más podía hacer aparte de decirle lo que él quería oír?

-Sí -contestó- por supuesto que sí, sí, claro que sí. 

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Zadie Smith, White Teeth, London: Penguin Books 2001, pp. 407-408

lunes, 27 de mayo de 2013

zamknięty echem

encerrado por un eco
KRZYSZTOF KAMIL BACZYŃSKI

Desde aquí el cielo es grande como el cielo sureño

que no cruzaste a nado -y ya no lo harás.
Expuesto a las estrellas después de las salvas del día
pasarás
como las ciudades abandonadas en el camino.
Inadvertido
traspasado por las balas de todas las guerras
morirás
encerrado por un eco menor como eco de algunos labios, 
empequeñecido en el desván por el cuarto.

julio 1940


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Traducción de Alhelí Málaga del 28 XI 2000
Texto original encontrado aquí.

jueves, 2 de mayo de 2013

ni mi casa es ya mi casa

Romance sonámbulo
FEDERICO GARCÍA LORCA

A Gloria Giner y Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
             
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
              
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
              
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
              
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
              
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

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Texto encontrado aquí.