domingo, 26 de abril de 2009

Powaga ścierek

La seriedad de los trapos
JOLANTA BRACH-CZAINA

Un trapo para piso es un objeto común, domesticado por el continuo uso, muy ordinario. Es gris hasta el fondo. Eso lo une a la cotidianidad. Además, pertenece a ella no solo por su color gris, al que siempre persistentemente tiende, sino también a causa de sus funciones. Elementales como la cotidianidad. El trapo no abandona el orden existencial. Es más, yace en su mismo fondo. No en la superficie. No como un agregado efectista. Sino en la base. Pertenece a los objetos primarios, acompañantes de nuestro esfuerzo existencial que construye la cotidianidad.

Los objetos posicionados en sitios bajos, colindantes con la tierra, tal vez a causa de esa cercanía, sacan de ella la fuerza y le deben su seriedad. Por más que intentemos ningunearlos y despreciarlos, escondiéndolos con vergüenza -como al trapo- detrás del tubo del fregadero, no podemos quitarles el aura tranquila de importancia natural, de insustituibilidad inevitable.

En los trapos para piso no hay coquetería. Existen modestamente, acompañando la cotidianidad. Los movimientos monótonos de los trapos sobre el piso marcan suavemente la repetición de los sucesos. La materia que se va frotando constituye la escritura de la historia huidiza del día a día.

Cumplen también el rol particular de objetos que eliminan las consecuencias de nuestros tropiezos y errores. Los utilizamos para lavar, limpiar, quitar manchas acaecidas por nuestra culpa, descuido, apuro. Nos entregamos a ellos cabalmente, sin preguntar, ¿si realmente se puede deshacer el acontecimiento dado que no estamos en capacidad de aceptar? El trapo crea la sensación de que sí se puede. En la simplicidad de sus funciones simboliza la posibilidad de dejar limpia, al menos, toda la superficie. Incluso si no puede ir hasta más hondo, de todas formas despierta esperanzas. Pero también repulsión, pues limpiando, toma toda la suciedad sobre sí. Se llena de ella, apestoso y asqueroso.

Porque sucede, a veces, que alguien vomita. Y si queremos pensar seriamente en la gravedad de los trapos, es entonces. Entonces nos convencemos de que aquello que purifica, puede también volverse repulsivo y necesitar también de purificación. Nos topamos con procesos que carecen de un final claro. Nos damos cuenta de que no debemos oponer categóricamente los estados de limpieza y suciedad, porque se entremezclan y atraviesan mutuamente como lo negro y lo blanco en el gris de los trapos.

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Jolanta Brach-Czaina, Szczeliny istnienia, Państwowy Instytut Wydawniczy, Warszawa 1992

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