viernes, 10 de agosto de 2012

zanahorias

De pronto, levantó la cabeza. Me miró, con un brillo casi triunfal, y dijo, inesperadamente alegre:
-Adri, me he cortado el pelo, pero a ti nadie te lo ha cortado en mucho tiempo... Me alegro, porque me gusta así, sobre todo despeinado como ahora, porque se nota, ya sabes, lo que eres y tú y yo sabemos... Los del bosque, los que pueden esconderse detrás de una hoja... ¡Y salvaje, salvaje! ¡Como yo!... Y te quiero.
Estas dos últimas palabras las dijo, tras una pausa, con voz ronca y en tono más bajo. De una dulzura como yo jamás había oído.
Fue la primera declaración de amor que recibí. Y creo que, por lo menos, la más sincera. Aún dicho y oído a través de prosaicas zanahorias, supe que un corazón puede detenerse sin abandonar la vida: todo lo contrario, inundándose de ella. En unos segundos la vida abría todas sus ventanas, saltaba sobre las terrazas y tejados, y volaba. Volaba como la bailarina y su hijo que, en cuanto llegara la primavera, me enseñaría a hacerlo.

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Del libro que siempre quise escribir: Paraíso inhabitado de Ana María Matute, Ediciones Destino, Barcelona 2008, pp. 263-264

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