Podría escribir o llamar a mis padres, pero siento que no lo merecen, que no me entienden ni me entenderán, pues atribuyen todos mis supuestos males a mi rebeldía ante la Iglesia católica y el Opus Dei, instituciones en las que creen a ciegas y de las que yo desconfío igualmente a ciegas. A pesar de que no doy señales de vida, mi padre, debido a que con seguridad se aburre en su despacho, me manda por correo, todas las semanas y sin que yo se lo pida, las revistas de política y actualidad que más se leen en aquella confundida ciudad de la que nunca se atrevió a partir, y yo no sé por qué insiste en mandarme esas revistas, pero lo cierto es que, aunque me avergüence, las leo con fruición, regocijándome con las intrigas políticas, los chismes del espectáculo y las fotos de los amigos que se casan y me recuerdan que ese no es el futuro que yo quiero para mí. Mamá, un tanto enloquecida por su fe desmesurada en el Opus Dei, la secta de fanáticos que la ha tomado de rehén, me despacha por correo, desde el supermercado que visita todas las mañanas después de oír misa, panfletos y folletería religiosa, boletines de los clubes del Opus Dei y hojas parroquiales de la iglesia María Reina, en las que subraya, con un remarcador amarillo, ciertas lineas de las parrafadas obtusas que ha dicho el cura el domingo y de los evangelios que han leído ante los feligreses aterrados del infierno, pobres almas que no saben que el infierno esta allí, en Lima la horrible, y no en la eternidad abrasadora con que amenazan los curas para mantener en pie el negocio del miedo con el que han lucrado impunemente a lo largo de siglos. Mama no se da por vencida, insistirá hasta el final en convertirme a su credo e inscribirme en su secta de exaltados. Yo me río cuando abro aquellos sobres amarillos y encuentro sus notas entre signos de exclamación, al pie de las palabras del cura que ella ha subrayado, diciéndome, por ejemplo: ¡EL SEÑOR TE AMA!, o de pronto, sin previo aviso: BUSCA LA LUZ, ENCUENTRA EL CAMINO, o recordándome con infinita dulzura lo que tantas veces me dijo cuando era niño: DIOS TIENE GRANDES PLANES PARA TI, ESCUCHA SU VOZ EN TU CORAZÓN Y DEJA QUE EL TE GUÍE.
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Jaime Bayly, El huaracán lleva tu nombre, Planeta 2004, p. 35-36
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