lunes, 8 de marzo de 2010

Lugares comunes en el viejo mimoide

Solaris
STANISŁAW LEM

Y luego la nave partirá, sin ningún sonido, más veloz que la voz, dejando tras sí, hasta el océano, un cono de truenos partidos en octavas basales, y los rostros de las personas se iluminarán por un momento con la idea de que vuelven a casa.
Pero yo no tenía una casa. ¿La Tierra? Pensaba en sus enormes ciudades, bulliciosas y abarrotadas de gente, en las que me perderé, me entregaré, casi como si hiciera aquello que deseaba hacer la segunda o tercera noche- lanzarme al océano, que olea pesadamente en la oscuridad. Me ahogaré en la gente. Seré un compañero callado y atento, y por tanto apreciado, tendré muchos conocidos, incluso amigos, y mujeres, e incluso puede que a una mujer. Durante algún tiempo tendré que obligarme a sonreir, hacer reverencias, levantarme, dedicarme al sinfín de actividades cotidianas de las que se compone la vida terrestre, hasta que dejaré de sentirlas. Encontraré nuevas aficiones, nuevas ocupaciones, pero no me entregaré a ellas por completo. A nada ni a nadie, ya nunca más. Y puede que en la noche mire hacia allá, donde en el cielo la oscuridad de una nube de polvo, como cortina negra oculta el resplandor de dos soles, recordando todo, incluso esto que pienso ahora, y me acordaré con una sonrisa de condescendencia, en la que habrá un poco de pena pero también de superioridad, de mis locuras y esperanzas. No considero que ese yo del futuro sea peor que Kelvin, quien estaba dispuesto a todo por aquel asunto llamado Contacto. Y nadie tendrá el derecho a juzgarme.

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Texto tomado de aquí.

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