Pantalla
de colores
JACEK DEHNEL
Los
muertos, si no son separados
de
los vivos, los vuelven orates.
I
No
tienes palabras para este dolor (que no has vivido
tampoco,
querido poeta con libros en tu haber),
no
tienes palabras para estos despojos cubiertos de polvo
en
el “epicentro del conflicto” o “en pleno frente”,
desde
donde el reportero del noticiero, Damian Michał
Dziądziel,
se
expresa con oraciones completas, con dicción correcta,
haciendo
gala de su apariencia en una esquina ennegrecida
de
las ruinas de una casa o una tienda (con esa presencia
podría
muy bien mantenerse de anuncios: Patricia,
Anthony,
Jeanie, Lotte, ¿acaso buscas a un varonil,
ejercitado,
medidas (llega a Berlin, Brixton,
París,
Sochaczew), que engreirá tu ego?,
pero
eligió de otra manera. Y ahora está parado ante esa pared,
y
al fondo la localidad se luce con su panorama oxidado).
II
Al
fondo la localidad se luce con su panorama oxidado,
y
al frente el reportero valiente nos brinda las noticias:
qué
lado del conflicto le dice no a los rusos,
de
qué manera el precio del petróleo influirá en el zloty,
qué
dicen los Médicos sin Fronteras, qué dice alguien por cuenta
propia,
qué
dijo hoy el secretario de estado, qué dijo ayer el papa.
En
el estudio lo aprueban, dicen que muy bien. Lo pondrán en la
principal,
a
las 7:30 pm, en la página web, también irá al papel,
y
a otros canales. Porque el conflicto en ese lugar del mapa
es
muy interesante (esto de color naranja
en
el sur fue tomado por los rebeldes de AP,
él
área verde apoya a las tropas del estado).
Aquí,
en Polonia, hay quince millones de curiosos,
todos
siguen sobre el café estas contiendas sangrientas.
III
Todos
siguen sobre el café estas contiendas sangrientas,
hay en ello algo de ver un partido en que no
apoyas
a ninguno de los equipos (ni a los de tiras
rojas
y limón ni a los de negro con pardo),
pues
quién apoyaría a estos o aquellos, virutas
en
el piso de tierra, residuos de la historia;
los
partisanos asesinan, el gobierno implementa torturas,
una
protesta contra la violencia, una gran marcha en Pretoria,
¿a
quién apoyar? ¿en nombre de qué? No aceleres,
tienes
tiempo, hermano, espera, hasta que el partido acabe,
entonces
sopesarás. Y ya con tranquilidad tomarás
posición.
Aprobarás y rechazarás.
Para
todo hay respuesta en los medios adecuados,
toda
verdad se oculta en los programas de análisis de la noche.
IV
Toda
verdad se oculta en los programas de análisis de la noche,
y
sin embargo no hay palabras para este dolor, ni siquiera
después
de la medianoche, cuando están dando una de ficción, artística,
no
interrumpida (dada la hora) por espacios publicitarios.
Y
sin embargo no hay palabras para este sordo lamento,
para
este bulto al fondo de la garganta, para este atado de pena,
que,
por respeto a tu salud, ya ignoraste,
pero
él te ignora a ti, se mete a la fuerza,
por
las puertas, la ventana, por la piel, se acomoda sin reparos
en
tu sofá, tu sillón. Y no se deja mover.
Y
crece cada vez más, se mete en la sangre, en los huesos,
en
los recovecos pudendos de esa así llamada alma.
Y
así se quedan sentados los dos en el cuarto, como en un túnel
subterráneo,
tú
y el lamento más hondo. Y la pantalla de colores.
V
Tú
y el lamento más hondo. Y la pantalla de colores,
en
la que descubres ahora un cráneo grande y redondo.
Entonces
intentas escabullirte. Que no, que es un canto rodado,
no
un cráneo. Tomas tu memoria como una caja tipográfica abierta
y
extraes de ella recuerdos agradables; como un pajarillo
picoteas
y sacas solo viñetas. Tiernas,
con
curvaturas que recuerdan tiempos mejores.
Pero
el dolor te espera con paciencia, tiene tiempo. Ha comprado
toda
una noche en esta cabina. Un paquete. Todos los cafés
más
fuertes, todos los juegos a la Profundidad, todos los puestos.
Y
tú solo tienes una ficha por la cuota más pequeña,
y
ya sabes que aunque el lamento te lo quitará todo,
igual
debes enfrentarlo, debes darle batalla.
La
valentía se escapa de ti como la sangre de una herida pequeña.
VI
La
valentía se escapa de ti como la sangre de una herida pequeña,
pero habías colocado tantos biombos:
desayuno
ligero, tostadas, queso y jugo,
libros
de alta cultura, cero saltos salvajes,
grasas
limitadas, evitar a la muchedumbre…
Pero
igual entró. Está aquí. A pesar de los esfuerzos.
Vino
con el éter y le revela al ojo una película
en
baja resolución de una masacre, de un fusilamiento -
en
grano grueso, el dolor de alguien, un bidón vacío
de
petróleo, un cuerpo carbonizado. Una cabeza. Un pie.
La
puerta de una camioneta en la que reventó una granada.
Intestinos,
un pulmón, un corazón, sangre, mucosa, linfa, pus.
Ingresó,
y con una voz ronca reclama algo
que
garantizarían... unos derechos inalienables.
VII
¿Qué
es lo que garantizarían esos derechos inalienables?
Que a aquel que tiene a un muerto en casa, a ese se le debe
respeto,
llanto, vigilia. La corbata bien atada,
zapatos
bien lustrados. Que le creerás
en
cada gemido que emita (entre la montaña de colchas
con
los bienes recogidos y la mesa quebrada,
los
restos de sillas y el montoncito oscuro de cáscaras),
en
cada arruga tallada en la frente sudada,
que
aquel, que quiere un óbolo, recibirá su óbolo,
el
que quiera una cruz, su cruz, el que quiera bandera, su bandera,
el
que quiera un paño verde, su paño verde.
Basta
que lo señale y te diga “quiero”
y
no hay apelación posible ante estos requerimientos. Ninguna.
Hay
un entierro, entonces vienes, hay un ataúd, entonces lloras.
VIII
Hay
un entierro, entonces vienes, hay un ataúd, entonces lloras.
Se
reúne todo el pueblo, vienen parientes de las montañas,
el
vecino mata a una cabra, la hermana echa cereales
en
una olla inmensa. Alguien está parado, inseguro,
detrás
del umbral, para dar el pésame. Tiene un cancionero
con
un himno oscuro, de lamento, marcado con el separador de páginas.
Vive
donde llegan las campanas, por eso vino. Y delante de él
está
el cuñado (acomoda las sillas y cubre las luces).
Y
solo alguien que salió de esta casa hace tiempo,
de
este pueblo, de esta tierra arenosa, le diría tal vez a
su
esposa, ajena, de la ciudad (mientras observa
con
dura expresión los adornos salvajes sobre la pared: enredaderas
y
rosas de papel de seda corrugado sobre el alambre):
El
mundo se ha hecho muy chico para la compasión de antes.
IX
El
mundo se ha hecho muy chico para la compasión de antes
y
cuando alguien sin ninguna advertencia te coloca
en
la bandeja satelital un pie en un zapato ensangrentado
(algo
entre la Anatomía en fichas, desordenada,
y
un trozo de carne de humano en el mostrador de la tienda)
y
te hace llegar además dentro del cuatropack
a
una mujer en un chal gris rezando el rosario,
un
zaguán quemado en Kabul u otra ciudad de Irak
(no
recuerdas el nombre), y una serie de signos negros
que
sobre el cintillo blanco de la pantalla presentan
la
cantidad de muertos en números de tres cifras – entonces te
callas.
“Empaca
un traje negro y vete allí, donde no te conocen
y
presenta tu pésame en un dialecto desconocido”-
algo
te aconseja. En alguna parte del cerebro. O acaso – una mala
palabra – en el pecho.
X
Algo
te aconseja. En alguna parte del cerebro. O acaso – una mala
palabra – en el pecho,
cosas
así. Completamente absurdas, nada serias, tomadas del aire,
de
la nada. Eso se sienta sobre la lápida, junto a la corona de flores,
mueve
las piernas, se ríe de ti, se burla de ti en tu cara.
Pero
tú sabes que no eres capaz de dar tanto. Más aún,
que
nadie sería capaz. Porque ya dejó de sonar
esa
voz, ese versículo enterrado en el libro no leído,
esa
sabiduría que las transformaciones mandaron a reciclaje.
Se
ve demasiado de esto, se vuelve algo demasiado cotidiano
para
que pueda ser especial, para colgar
tela
negra en las habitaciones, quebrar ollas en los zaguanes,
lamentarse,
cortar la ropa, hornear panes para el velorio.
Y
eres como un deudo de la parroquia vecina:
incluso
quisieras llorar. Pero no sabes cómo.
XI
Incluso
quisieras lloras. Pero no sabes cómo.
La
pantalla de colores resplandece. En el sillón sigue el lamento.
¿Y
qué vas a decirle? ¿Disculpe, llegó usted
a
la dirección equivocada? Puedes cambiar de chapa,
igual
volverá. Tomará ese lugar de nuevo. Entonces sigues intentando:
Sus
requerimientos son… ¿risibles? O
de otra manera: Son tal vez...
yo
diría… de otra época. Pasados.
Pero
el dolor no tiene fecha de vencimiento. Y lo saben
todo
los que sufren. El viejo, el joven, el niño
(tú
también, incluso, pues también sufriste lo tuyo,
un
poco distinto, pero igual). Pero sigue esa presencia,
el
pasar las noches de a dos.
Y
al fondo, en las escaleras
la
sangre del mundo ruge como aguas crecidas.
XII
La
sangre del mundo ruge como aguas crecidas
y
hay que deshacerlo, hay que bloquear el daño,
ningún
canal lo dirá, ninguno dará la receta, ninguno sabe,
con
qué noticia satisfacer a todos aquellos que desean
luto.
Sería muy sencillo construir una oda
fluida,
pero no quieren azúcar sus casas derruidas,
sus
tumbas desechas. Lo quieres hacer áspero pero para eso
se
necesita un hilo que nadie fabrica, una urdimbre
y
una trama de fibras que ningún centro comercial
distribuye.
Por eso nunca jamás un poema
se
te encabritaba tanto. Tachas todo. Y lo inicias de nuevo,
y
tampoco funciona, y quema como lava.
Y
todo es cuadriculado. Y todo a la fuerza.
No
tienes palabras para este dolor - que no has vivido.
Varsovia,
27 XIII 2007-15 I 2008
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Traducción de Alhelí Málaga Sabogal
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