viernes, 27 de octubre de 2017

***



Pantalla de colores

JACEK DEHNEL

Los muertos, si no son separados
de los vivos, los vuelven orates.

I
No tienes palabras para este dolor (que no has vivido
tampoco, querido poeta con libros en tu haber),
no tienes palabras para estos despojos cubiertos de polvo
en el “epicentro del conflicto” o “en pleno frente”,

desde donde el reportero del noticiero, Damian Michał Dziądziel,
se expresa con oraciones completas, con dicción correcta,
haciendo gala de su apariencia en una esquina ennegrecida
de las ruinas de una casa o una tienda (con esa presencia

podría muy bien mantenerse de anuncios: Patricia,
Anthony, Jeanie, Lotte, ¿acaso buscas a un varonil,
ejercitado, medidas (llega a Berlin, Brixton,
París, Sochaczew), que engreirá tu ego?,

pero eligió de otra manera. Y ahora está parado ante esa pared,
y al fondo la localidad se luce con su panorama oxidado).


II
Al fondo la localidad se luce con su panorama oxidado,
y al frente el reportero valiente nos brinda las noticias:
qué lado del conflicto le dice no a los rusos,
de qué manera el precio del petróleo influirá en el zloty,

qué dicen los Médicos sin Fronteras, qué dice alguien por cuenta propia,
qué dijo hoy el secretario de estado, qué dijo ayer el papa.
En el estudio lo aprueban, dicen que muy bien. Lo pondrán en la principal,
a las 7:30 pm, en la página web, también irá al papel,

y a otros canales. Porque el conflicto en ese lugar del mapa
es muy interesante (esto de color naranja
en el sur fue tomado por los rebeldes de AP,
él área verde apoya a las tropas del estado).

Aquí, en Polonia, hay quince millones de curiosos,
todos siguen sobre el café estas contiendas sangrientas.


III
Todos siguen sobre el café estas contiendas sangrientas,
hay en ello algo de ver un partido en que no
apoyas a ninguno de los equipos (ni a los de tiras
rojas y limón ni a los de negro con pardo),

pues quién apoyaría a estos o aquellos, virutas
en el piso de tierra, residuos de la historia;
los partisanos asesinan, el gobierno implementa torturas,
una protesta contra la violencia, una gran marcha en Pretoria,

¿a quién apoyar? ¿en nombre de qué? No aceleres,
tienes tiempo, hermano, espera, hasta que el partido acabe,
entonces sopesarás. Y ya con tranquilidad tomarás
posición. Aprobarás y rechazarás.

Para todo hay respuesta en los medios adecuados,
toda verdad se oculta en los programas de análisis de la noche.


IV
Toda verdad se oculta en los programas de análisis de la noche,
y sin embargo no hay palabras para este dolor, ni siquiera
después de la medianoche, cuando están dando una de ficción, artística,
no interrumpida (dada la hora) por espacios publicitarios.

Y sin embargo no hay palabras para este sordo lamento,
para este bulto al fondo de la garganta, para este atado de pena,
que, por respeto a tu salud, ya ignoraste,
pero él te ignora a ti, se mete a la fuerza,

por las puertas, la ventana, por la piel, se acomoda sin reparos
en tu sofá, tu sillón. Y no se deja mover.
Y crece cada vez más, se mete en la sangre, en los huesos,
en los recovecos pudendos de esa así llamada alma.

Y así se quedan sentados los dos en el cuarto, como en un túnel subterráneo,
tú y el lamento más hondo. Y la pantalla de colores.


V
Tú y el lamento más hondo. Y la pantalla de colores,
en la que descubres ahora un cráneo grande y redondo.
Entonces intentas escabullirte. Que no, que es un canto rodado,
no un cráneo. Tomas tu memoria como una caja tipográfica abierta

y extraes de ella recuerdos agradables; como un pajarillo
picoteas y sacas solo viñetas. Tiernas,
con curvaturas que recuerdan tiempos mejores.
Pero el dolor te espera con paciencia, tiene tiempo. Ha comprado

toda una noche en esta cabina. Un paquete. Todos los cafés
más fuertes, todos los juegos a la Profundidad, todos los puestos.
Y tú solo tienes una ficha por la cuota más pequeña,
y ya sabes que aunque el lamento te lo quitará todo,

igual debes enfrentarlo, debes darle batalla.
La valentía se escapa de ti como la sangre de una herida pequeña.


VI
La valentía se escapa de ti como la sangre de una herida pequeña,
pero habías colocado tantos biombos:
desayuno ligero, tostadas, queso y jugo,
libros de alta cultura, cero saltos salvajes,

grasas limitadas, evitar a la muchedumbre…
Pero igual entró. Está aquí. A pesar de los esfuerzos.
Vino con el éter y le revela al ojo una película
en baja resolución de una masacre, de un fusilamiento -

en grano grueso, el dolor de alguien, un bidón vacío
de petróleo, un cuerpo carbonizado. Una cabeza. Un pie.
La puerta de una camioneta en la que reventó una granada.
Intestinos, un pulmón, un corazón, sangre, mucosa, linfa, pus.

Ingresó, y con una voz ronca reclama algo
que garantizarían... unos derechos inalienables.


VII
¿Qué es lo que garantizarían esos derechos inalienables?
Que a aquel que tiene a un muerto en casa, a ese se le debe
respeto, llanto, vigilia. La corbata bien atada,
zapatos bien lustrados. Que le creerás

en cada gemido que emita (entre la montaña de colchas
con los bienes recogidos y la mesa quebrada,
los restos de sillas y el montoncito oscuro de cáscaras),
en cada arruga tallada en la frente sudada,

que aquel, que quiere un óbolo, recibirá su óbolo,
el que quiera una cruz, su cruz, el que quiera bandera, su bandera,
el que quiera un paño verde, su paño verde.
Basta que lo señale y te diga “quiero”

y no hay apelación posible ante estos requerimientos. Ninguna.
Hay un entierro, entonces vienes, hay un ataúd, entonces lloras.


VIII
Hay un entierro, entonces vienes, hay un ataúd, entonces lloras.
Se reúne todo el pueblo, vienen parientes de las montañas,
el vecino mata a una cabra, la hermana echa cereales
en una olla inmensa. Alguien está parado, inseguro,

detrás del umbral, para dar el pésame. Tiene un cancionero
con un himno oscuro, de lamento, marcado con el separador de páginas.
Vive donde llegan las campanas, por eso vino. Y delante de él
está el cuñado (acomoda las sillas y cubre las luces).

Y solo alguien que salió de esta casa hace tiempo,
de este pueblo, de esta tierra arenosa, le diría tal vez a
su esposa, ajena, de la ciudad (mientras observa
con dura expresión los adornos salvajes sobre la pared: enredaderas

y rosas de papel de seda corrugado sobre el alambre):
El mundo se ha hecho muy chico para la compasión de antes.


IX
El mundo se ha hecho muy chico para la compasión de antes
y cuando alguien sin ninguna advertencia te coloca
en la bandeja satelital un pie en un zapato ensangrentado
(algo entre la Anatomía en fichas, desordenada,

y un trozo de carne de humano en el mostrador de la tienda)
y te hace llegar además dentro del cuatropack
a una mujer en un chal gris rezando el rosario,
un zaguán quemado en Kabul u otra ciudad de Irak

(no recuerdas el nombre), y una serie de signos negros
que sobre el cintillo blanco de la pantalla presentan
la cantidad de muertos en números de tres cifras – entonces te callas.
Empaca un traje negro y vete allí, donde no te conocen

y presenta tu pésame en un dialecto desconocido”-
algo te aconseja. En alguna parte del cerebro. O acaso – una mala palabra – en el pecho.


X
Algo te aconseja. En alguna parte del cerebro. O acaso – una mala palabra – en el pecho,
cosas así. Completamente absurdas, nada serias, tomadas del aire,
de la nada. Eso se sienta sobre la lápida, junto a la corona de flores,
mueve las piernas, se ríe de ti, se burla de ti en tu cara.

Pero tú sabes que no eres capaz de dar tanto. Más aún,
que nadie sería capaz. Porque ya dejó de sonar
esa voz, ese versículo enterrado en el libro no leído,
esa sabiduría que las transformaciones mandaron a reciclaje.

Se ve demasiado de esto, se vuelve algo demasiado cotidiano
para que pueda ser especial, para colgar
tela negra en las habitaciones, quebrar ollas en los zaguanes,
lamentarse, cortar la ropa, hornear panes para el velorio.

Y eres como un deudo de la parroquia vecina:
incluso quisieras llorar. Pero no sabes cómo.


XI
Incluso quisieras lloras. Pero no sabes cómo.
La pantalla de colores resplandece. En el sillón sigue el lamento.
¿Y qué vas a decirle? ¿Disculpe, llegó usted
a la dirección equivocada? Puedes cambiar de chapa,

igual volverá. Tomará ese lugar de nuevo. Entonces sigues intentando:
Sus requerimientos son… ¿risibles? O de otra manera: Son tal vez...
yo diría… de otra época. Pasados.
Pero el dolor no tiene fecha de vencimiento. Y lo saben

todo los que sufren. El viejo, el joven, el niño
(tú también, incluso, pues también sufriste lo tuyo,
un poco distinto, pero igual). Pero sigue esa presencia,
el pasar las noches de a dos.

Y al fondo, en las escaleras
la sangre del mundo ruge como aguas crecidas.


XII
La sangre del mundo ruge como aguas crecidas
y hay que deshacerlo, hay que bloquear el daño,
ningún canal lo dirá, ninguno dará la receta, ninguno sabe,
con qué noticia satisfacer a todos aquellos que desean

luto. Sería muy sencillo construir una oda
fluida, pero no quieren azúcar sus casas derruidas,
sus tumbas desechas. Lo quieres hacer áspero pero para eso
se necesita un hilo que nadie fabrica, una urdimbre

y una trama de fibras que ningún centro comercial
distribuye. Por eso nunca jamás un poema
se te encabritaba tanto. Tachas todo. Y lo inicias de nuevo,
y tampoco funciona, y quema como lava.

Y todo es cuadriculado. Y todo a la fuerza.
No tienes palabras para este dolor - que no has vivido.



Varsovia, 27 XIII 2007-15 I 2008
----------------------

Traducción de Alhelí Málaga Sabogal

No hay comentarios: