[una conversación en una novela]
-En estos días siento
como si al venir a este país uno hiciera un pacto con el diablo. Entregas tu
pasaporte al entrar, te lo sellan, quieres ganar un poquito de dinero, hacer un
buen comienzo … ¡pero quieres volver! ¿Quién querría quedarse? En este lugar
frío, húmedo, miserable, con comida horrenda, con periódicos que ponen los
pelos de punta- ¿quién querría quedarse? En un lugar donde nunca eres bienvenido,
tan solo tolerado. Apenas tolerado. Como si fueras un animal que por fin
aprendió a hacer sus cosas fuera de casa. ¿Quién querría quedarse? Pero has
hecho un pacto con el diablo… Te arrastra y arrastra y de pronto ya no puedes
regresar, tus hijos están irreconocibles, no perteneces a ninguna parte.
-No, eso no es cierto.
-Y entonces empiezas a
deshacerte de la idea misma de pertenecer
a alguna parte. De pronto esta cosa, este pertenecer,
empieza a parecer una mentira extensa y viscosa…Y empiezo a pensar que los
lugares de nacimiento son accidentales, que todo es un accidente. Pero si lo crees así, ¿a dónde vas? ¿Qué haces? ¿Cómo
puede entonces importar algo?
Mientras Samad
describía horrorizado esta distopía, Irie se avergonzaba al descubrir que ese
territorio de accidentes a ella le sonaba a paraíso. Sonaba a libertad.
-¿Dí, me entiendes? Yo sé que me entiendes.
Y con ello realmente
decía: ¿Hablamos el mismo lenguaje? ¿Somos del mismo lugar? ¿Somos iguales?
Irie le apretó la mano
y asintió vigorosamente [...]. ¿Qué más podía
hacer aparte de decirle lo que él quería oír?
-Sí -contestó- por
supuesto que sí, sí, claro que sí.
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Zadie Smith, White Teeth, London: Penguin Books 2001,
pp. 407-408
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