[de La montaña mágica de Thomas Mann]
Hablar de luto seria tal vez exagerado, pero mal que bien los ojos de Hans Castorp tenían en aquellos días una expresión más distraída que de costumbre. Esa muerte nunca habría tenido para él un significado sentimental especial, y los años de lejanía disminuyeron ese significado hasta hacerlo casi nulo, pero al suceder cortaba todavía un hilo, un último lazo que lo mantenía conectado a las tierras bajas, y hacía que aquello que Hans Castorp llamaba, con justicia, libertad, ahora se volviese completo. Ciertamente, en estas épocas finales, a las que hacemos referencia, desaparecieron incluso los retazos de contacto que había mantenido hasta entonces con las tierras bajas. No enviaba ni recibía ninguna carta. No mandaba traer ya desde allí sus puros "Maria Mancini". Encontró aquí arriba otra marca que le convenía y a la que era igualmente fiel que a su compañera de antaño. Era un producto que hasta a los exploradores del Polo Sur podría serles útil en soportar sus trabajos, pues cuando se lo fumaba, se tenía la impresión de estar a la orilla del mar - ¡y entonces era posible soportarlo todo! Era un puro de calidad, llamado "Rutlischwur", algo más corto que María, de color plomizo, adornado con una cinta azul, agradable y suave, que daba una ceniza espesa y blanca como la nieve, en la que podía distinguirse la vernación de la superficie de la hoja; se consumía de modo tan regular que podría servirle a nuestro joven para medir el tiempo en vez de una clepsidra, e incluso, cuando hacía falta, le servia para este fin, pues no llevaba ya su reloj de bolsillo. Se estropeó, se cayó alguna vez de la mesa de noche, y él no se lo dio al relojero para que lo arreglara, para ponerlo de nuevo en su marcha circular que marcaba el tiempo - por las mismas razones por las que renunció a tener un calendario, tanto aquel del que se arranca una hoja cada día, como aquel que nos indica cuando caen los distintos santos o fiestas: lo hizo en honor a la "libertad", en honor al paseo por la orilla, al durar permanente y al encanto hermético, al que él - ajeno a lo terrestre- había resultado susceptible y que se convirtió en la aventura de su vida, en el fondo en el que en esta sencilla historia sucedieron todas estas alquímicas aventuras.
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Versión en castellano de Alhelí Málaga a partir de la traducción de J. Łukowski.
Hablar de luto seria tal vez exagerado, pero mal que bien los ojos de Hans Castorp tenían en aquellos días una expresión más distraída que de costumbre. Esa muerte nunca habría tenido para él un significado sentimental especial, y los años de lejanía disminuyeron ese significado hasta hacerlo casi nulo, pero al suceder cortaba todavía un hilo, un último lazo que lo mantenía conectado a las tierras bajas, y hacía que aquello que Hans Castorp llamaba, con justicia, libertad, ahora se volviese completo. Ciertamente, en estas épocas finales, a las que hacemos referencia, desaparecieron incluso los retazos de contacto que había mantenido hasta entonces con las tierras bajas. No enviaba ni recibía ninguna carta. No mandaba traer ya desde allí sus puros "Maria Mancini". Encontró aquí arriba otra marca que le convenía y a la que era igualmente fiel que a su compañera de antaño. Era un producto que hasta a los exploradores del Polo Sur podría serles útil en soportar sus trabajos, pues cuando se lo fumaba, se tenía la impresión de estar a la orilla del mar - ¡y entonces era posible soportarlo todo! Era un puro de calidad, llamado "Rutlischwur", algo más corto que María, de color plomizo, adornado con una cinta azul, agradable y suave, que daba una ceniza espesa y blanca como la nieve, en la que podía distinguirse la vernación de la superficie de la hoja; se consumía de modo tan regular que podría servirle a nuestro joven para medir el tiempo en vez de una clepsidra, e incluso, cuando hacía falta, le servia para este fin, pues no llevaba ya su reloj de bolsillo. Se estropeó, se cayó alguna vez de la mesa de noche, y él no se lo dio al relojero para que lo arreglara, para ponerlo de nuevo en su marcha circular que marcaba el tiempo - por las mismas razones por las que renunció a tener un calendario, tanto aquel del que se arranca una hoja cada día, como aquel que nos indica cuando caen los distintos santos o fiestas: lo hizo en honor a la "libertad", en honor al paseo por la orilla, al durar permanente y al encanto hermético, al que él - ajeno a lo terrestre- había resultado susceptible y que se convirtió en la aventura de su vida, en el fondo en el que en esta sencilla historia sucedieron todas estas alquímicas aventuras.
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Versión en castellano de Alhelí Málaga a partir de la traducción de J. Łukowski.
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