Las mariposas de Allpahuayo-Mishana
RÓGER RUMRILL
Estaban
felices. Agitaban sus alas azules y volaban, de rama en rama, en una guaba que
estaba en floración.
–Nuestra
Madre Naturaleza dice que las mariposas tenemos sangre fría y, por eso, tenemos
que exponernos al sol. Porque el sol da energía y vida –dijo Cielo, la mariposa
más grande de los tres hermanos.
El sol
brillaba intensamente sobre los bosques de Allpahuayo-Mishana, la reserva
nacional donde los tres hermanos habían nacido hacía algunas horas. Las
crisálidas todavía estaban en las hojas y en cualquier momento llegarían los
coleópteros para convertirlas en una rica cena.
–Hay tantos
árboles aquí, que cada uno puede elegir el que más le gusta para asolearse –sugirió
Mía, una preciosa mariposa más pequeña que Cielo.
–¡No, de
ninguna manera! La Madre Naturaleza nos ha advertido que nosotros enfrentamos
muchos peligros. Este bosque está poblado de pájaros, de lagartijas, iguanas,
arañas, avispas y otros peligros para nuestras vidas –aconsejó el menor de los
tres hermanos, a quien la Madre Naturaleza, a pedido de su madre biológica, le
puso por nombre Coronté, el nombre de un príncipe mítico.
Entonces
los tres volaron, acompasada y rítmicamente, como vuelan las mariposas Morpho.
Se posaron sobre una planta de «uña de gato» y extendieron sus alas para recibir el calor y la energía del sol.
La mañana
parecía volar por sobre los bosques de varillales, poblados de árboles altos y
esbeltos, que crecen en suelos arenosos que, alguna vez, hace millones de años,
fueron las playas del océano. Cielo miró el cenit y vio que el sol estaba ya en
el centro del universo.
–Vamos a
correr –dijo Cielo, y los tres hermanos buscaron un árbol de pomarrosa con
hermosas flores rosadas.
Los tres
volaban de flor en flor, bebiendo el delicioso néctar de las flores de la
pomarrosa. Entretenidos como estaban, ninguno de los tres se percató de
un detalle: sobre la pomarrosa sobrevolaba un gavilán, y cuando ya se disponía
a descender y atacarlos, escucharon el grito de la chucia, el pájaro de ojos
rojos, que en el bosque amazónico anuncia un inminente peligro. Los tres
hermanos se refugiaron en la copa más densa de la pomarrosa y juntaron sus alas
azules para protegerse.
La noche
llegó y se quedaron a dormir en el mismo frondoso árbol de pomarrosa.
Después de
ese día, la vida de los tres hermanos fue un aprendizaje constante, permanente
e invalorable. Cielo se convirtió en una especialista en descubrir, conocer e
identificar los olores y sabores de las flores que poblaban Allpahuayo-Mishana.
A diferencia de otras mariposas, los tres hermanos evitaban sorber los jugos de
las frutas y otros vegetales podridos, y menos las sutancias descompuestas que
otras mariposas consumían.
–Hay que
cuidar la salud. Es cierto que nuestro cuerpo se autoprotege, pero mejor es no
desafiar las reglas de la buena salud –repetía Cielo, mientras explicaba a sus
hermanos el refinado néctar de las flores de la zangapilla, la dulzura del jugo
de la flor de la guaba, la delicadeza del sabor del néctar del charichuelo y
del ushún, y ese néctar de los dioses del bosque que eran los jugos de la flor
del maracuyá.
Mía, por su
lado, que era muy observadora y buscaba explicación a todos los fenómenos de la
naturaleza, llegó con los días a descubrir que el comportamiento de los tres
hermanos –incluyendo el de todas las mariposas de Alpahuayo-Mishana– dependía
del estímulo ambiental, como ocurre también con frecuencia con los seres
humanos.
–Si el día
está triste, nublado o lluvioso, nosotros también estamos tristes, por una
razón sencilla: el sol nos proporciona energía, alegría, vida, como a toda la
naturaleza.
Mía, por
esta razón, pedía a sus hermanos que en los días lluviosos, húmedos o sombríos
se quedaran en casa para evitar la tristeza y el mal carácter.
Pero no
solo eso. Su agudeza y capacidad de observación le había conducido a Mía a
descubrir que el comportamiento de las mariposas también dependía, además del
clima, de la intensa vida del bosque, que es un poderoso estímulo de las
hormonas y feromonas del cuerpo de las mariposas, que se estimulan con el
ambiente.
El pequeño
Coronté, por su parte, había hecho un descubrimiento que a él y sus hermanas
los tenían fascinados: la antena que tienen las mariposas, que equivale a la nariz
de los humanos, les permitía medir la temperatura ambiental, ubicar con
facilidad los árboles y arbustos con flores llenas de néctar, anticiparse a los
peligros por el mal olor que despiden los predadores, equilibrarse en el
espacio y, sobre todo, encontrar a la pareja ideal por el olor de las feromonas
que estas emiten.
–Cielito, a
través de mi antena te buscaré un novio que te quiera mucho y a ti, Mía, te
buscaré un novio que sea como tú: la mariposa más curiosa de Allpahuayo-Mishana
–decía Coronté y se reía a mandíbula batiente, tanto que las escamillas que dan
color a las alas de las mariposas corrían el peligro de desprenderse, por el
movimiento de su cuerpo convulso con la risa.
Coronté,
que era muy reflexivo, preguntaba a veces a sus hermanas.
–¿Por qué
los hombres y mujeres, cuya vida es tan breve como la de una mariposa, pierden
el tiempo y viven como si su vida durara una eternidad?
Y esta
curiosidad le llevó un día a adentrarse solo en las trochas de la Reserva
Nacional Alpahuayo-Mishana y penetrar en una choza de la comunidad de
Nina-Rumi, donde una familia estaba desayunando. Quería conocer más de cerca la
vida de los seres humanos.
–Mami,
mami, mira esa mariposa azul que acaba de entrar a la casa y está avisando que
llegará una visita –gritó el hijo mayor de la familia, aludiendo a la creencia
amazónica de que, cuando una mariposa azul entra a una cas, es porque está
anunciando una pronta y esperada visita.
El pequeño
Coronté tuvo que huir despavorido, porque la familia no solo estaba feliz con
la noticia de la visita, sino que quería atrapar con una red al mensajero.
Los tres
hermanos cumplieron una semana de vida. Les quedaba una semana, que era la
última de su existencia en este mundo, porque las mariposas viven solo dos
semanas, que equivalen a 200 años de la vida humana.
Su madre
biológica le había pedido de todo corazón a la Madre Naturaleza que les
advirtiera y recomendara que en esa semana final tenían que vivir plenamente y
cumplir con los mandatos de la vida, principalmente la reproducción. Fue lo
primero. Cielo y Mía aceptaron los requiebros, galanterías y enamoramientos de
dos jóvenes mariposas.
Coronté,
que había puesto los ojos en una hermosa adolescente de alas que parecían
pedazos del cielo, tuvo que hacer malabares para convencerla y persuadirla de
que fuera su amor. Como las hembras de las aves «gallito de las rocas», que obligan a los machos a bailar,
hacer acrobacias y piruetas, antes de aceptarlos, la hermosa adolescente le
pidió a Coronté que hiciera lo mismo. Pero salió airoso.
Después de
cumplir ese ciclo biológico, los tres hermanos tuvieron horas y días
maravillosos: visitaron y sorbieron los néctares de las más hermosas flores de
Allpahuayo-Mishana, volaron los tres juntos por el bosque de varillales,
mirando el esplendor de la vida de la naturaleza, y se despidieron de sus
amigos mariposas e incluso llegaron a perdonar a los pipitis, gavilanes,
alacranes, avispas y otros depredadores que estuvieron a punto de comerlos.
Pero había
llegado el momento de partir al viaje sin retorno.
En Nina-Rumi, algunos habitantes todavía recuerdan que un mediodía, tres mariposas volaron hasta que sus alas azules se confundieron con el cielo azul de la Amazonía.
En: RUMRILL, R. Fauna y madre naturaleza. Antología de relatos amazónicos. Casa de la Literatura Peruana, 2024. p. 11-16