sábado, 1 de febrero de 2025

[en la copa más densa de la pomarrosa]

Las mariposas de Allpahuayo-Mishana

RÓGER RUMRILL

Estaban felices. Agitaban sus alas azules y volaban, de rama en rama, en una guaba que estaba en floración.

–Nuestra Madre Naturaleza dice que las mariposas tenemos sangre fría y, por eso, tenemos que exponernos al sol. Porque el sol da energía y vida –dijo Cielo, la mariposa más grande de los tres hermanos.

El sol brillaba intensamente sobre los bosques de Allpahuayo-Mishana, la reserva nacional donde los tres hermanos habían nacido hacía algunas horas. Las crisálidas todavía estaban en las hojas y en cualquier momento llegarían los coleópteros para convertirlas en una rica cena.

–Hay tantos árboles aquí, que cada uno puede elegir el que más le gusta para asolearse –sugirió Mía, una preciosa mariposa más pequeña que Cielo.

–¡No, de ninguna manera! La Madre Naturaleza nos ha advertido que nosotros enfrentamos muchos peligros. Este bosque está poblado de pájaros, de lagartijas, iguanas, arañas, avispas y otros peligros para nuestras vidas –aconsejó el menor de los tres hermanos, a quien la Madre Naturaleza, a pedido de su madre biológica, le puso por nombre Coronté, el nombre de un príncipe mítico.

Entonces los tres volaron, acompasada y rítmicamente, como vuelan las mariposas Morpho. Se posaron sobre una planta de «uña de gato» y extendieron sus alas para recibir el calor y la energía del sol.

La mañana parecía volar por sobre los bosques de varillales, poblados de árboles altos y esbeltos, que crecen en suelos arenosos que, alguna vez, hace millones de años, fueron las playas del océano. Cielo miró el cenit y vio que el sol estaba ya en el centro del universo.

–Vamos a correr –dijo Cielo, y los tres hermanos buscaron un árbol de pomarrosa con hermosas flores rosadas.

Los tres volaban de flor en flor, bebiendo el delicioso néctar de las flores de la pomarrosa.  Entretenidos como estaban, ninguno de los tres se percató de un detalle: sobre la pomarrosa sobrevolaba un gavilán, y cuando ya se disponía a descender y atacarlos, escucharon el grito de la chucia, el pájaro de ojos rojos, que en el bosque amazónico anuncia un inminente peligro. Los tres hermanos se refugiaron en la copa más densa de la pomarrosa y juntaron sus alas azules para protegerse.

La noche llegó y se quedaron a dormir en el mismo frondoso árbol de pomarrosa.

Después de ese día, la vida de los tres hermanos fue un aprendizaje constante, permanente e invalorable. Cielo se convirtió en una especialista en descubrir, conocer e identificar los olores y sabores de las flores que poblaban Allpahuayo-Mishana. A diferencia de otras mariposas, los tres hermanos evitaban sorber los jugos de las frutas y otros vegetales podridos, y menos las sutancias descompuestas que otras mariposas consumían.

–Hay que cuidar la salud. Es cierto que nuestro cuerpo se autoprotege, pero mejor es no desafiar las reglas de la buena salud –repetía Cielo, mientras explicaba a sus hermanos el refinado néctar de las flores de la zangapilla, la dulzura del jugo de la flor de la guaba, la delicadeza del sabor del néctar del charichuelo y del ushún, y ese néctar de los dioses del bosque que eran los jugos de la flor del maracuyá.

Mía, por su lado, que era muy observadora y buscaba explicación a todos los fenómenos de la naturaleza, llegó con los días a descubrir que el comportamiento de los tres hermanos –incluyendo el de todas las mariposas de Alpahuayo-Mishana– dependía del estímulo ambiental, como ocurre también con frecuencia con los seres humanos.

–Si el día está triste, nublado o lluvioso, nosotros también estamos tristes, por una razón sencilla: el sol nos proporciona energía, alegría, vida, como a toda la naturaleza.

Mía, por esta razón, pedía a sus hermanos que en los días lluviosos, húmedos o sombríos se quedaran en casa para evitar la tristeza y el mal carácter.

Pero no solo eso. Su agudeza y capacidad de observación le había conducido a Mía a descubrir que el comportamiento de las mariposas también dependía, además del clima, de la intensa vida del bosque, que es un poderoso estímulo de las hormonas y feromonas del cuerpo de las mariposas, que se estimulan con el ambiente.

El pequeño Coronté, por su parte, había hecho un descubrimiento que a él y sus hermanas los tenían fascinados: la antena que tienen las mariposas, que equivale a la nariz de los humanos, les permitía medir la temperatura ambiental, ubicar con facilidad los árboles y arbustos con flores llenas de néctar, anticiparse a los peligros por el mal olor que despiden los predadores, equilibrarse en el espacio y, sobre todo, encontrar a la pareja ideal por el olor de las feromonas que estas emiten.

–Cielito, a través de mi antena te buscaré un novio que te quiera mucho y a ti, Mía, te buscaré un novio que sea como tú: la mariposa más curiosa de Allpahuayo-Mishana –decía Coronté y se reía a mandíbula batiente, tanto que las escamillas que dan color a las alas de las mariposas corrían el peligro de desprenderse, por el movimiento de su cuerpo convulso con la risa.

Coronté, que era muy reflexivo, preguntaba a veces a sus hermanas.

–¿Por qué los hombres y mujeres, cuya vida es tan breve como la de una mariposa, pierden el tiempo y viven como si su vida durara una eternidad?

Y esta curiosidad le llevó un día a adentrarse solo en las trochas de la Reserva Nacional Alpahuayo-Mishana y penetrar en una choza de la comunidad de Nina-Rumi, donde una familia estaba desayunando. Quería conocer más de cerca la vida de los seres humanos.

–Mami, mami, mira esa mariposa azul que acaba de entrar a la casa y está avisando que llegará una visita –gritó el hijo mayor de la familia, aludiendo a la creencia amazónica de que, cuando una mariposa azul entra a una cas, es porque está anunciando una pronta y esperada visita.

El pequeño Coronté tuvo que huir despavorido, porque la familia no solo estaba feliz con la noticia de la visita, sino que quería atrapar con una red al mensajero.

Los tres hermanos cumplieron una semana de vida. Les quedaba una semana, que era la última de su existencia en este mundo, porque las mariposas viven solo dos semanas, que equivalen a 200 años de la vida humana.

Su madre biológica le había pedido de todo corazón a la Madre Naturaleza que les advirtiera y recomendara que en esa semana final tenían que vivir plenamente y cumplir con los mandatos de la vida, principalmente la reproducción. Fue lo primero. Cielo y Mía aceptaron los requiebros, galanterías y enamoramientos de dos jóvenes mariposas.

Coronté, que había puesto los ojos en una hermosa adolescente de alas que parecían pedazos del cielo, tuvo que hacer malabares para convencerla y persuadirla de que fuera su amor. Como las hembras de las aves «gallito de las rocas», que obligan a los machos a bailar, hacer acrobacias y piruetas, antes de aceptarlos, la hermosa adolescente le pidió a Coronté que hiciera lo mismo. Pero salió airoso.

Después de cumplir ese ciclo biológico, los tres hermanos tuvieron horas y días maravillosos: visitaron y sorbieron los néctares de las más hermosas flores de Allpahuayo-Mishana, volaron los tres juntos por el bosque de varillales, mirando el esplendor de la vida de la naturaleza, y se despidieron de sus amigos mariposas e incluso llegaron a perdonar a los pipitis, gavilanes, alacranes, avispas y otros depredadores que estuvieron a punto de comerlos.

Pero había llegado el momento de partir al viaje sin retorno.

En Nina-Rumi, algunos habitantes todavía recuerdan que un mediodía, tres mariposas volaron hasta que sus alas azules se confundieron con el cielo azul de la Amazonía.


En: RUMRILL, R. Fauna y madre naturaleza. Antología de relatos amazónicos. Casa de la Literatura Peruana, 2024. p. 11-16